O estás en un
descanso de comprobar que todos los aparatos de tu casa con reloj están
sincronizados (que en la época actual puede ser hasta tu nevera), o estás
leyendo por qué si alguien es capaz de ponerle un reloj a una nevera seguro que
puede hacer que se cambie la hora ella misma. El cambio de hora tiene la
tendencia de ser bastante puntual. En primavera o en otoño, llega un sábado a
las dos y te dice que ya no son las dos. Algunos lo defenderán, alegando que
hace su trabajo, que ahorra energía o que beneficia a las personas que
necesitan de las horas diurnas (comercios o Superman). Pero no nos dejemos engañar.
No olvidemos cuantos programas perdidos, cuantos trenes no han llegado a su
hora, cuantas noches de fiesta abreviadas y, criminalmente, cuantas horas de
sueño ha robado. Una. Eso son dos misas perdidas. Pero no te abraces al pánico
todavía. Piensa en tus hijos, o en tus futuros hijos que algún día llegarán
(más pronto o más tarde dependiendo del cambio de hora). Cuando te despertaste
está mañana y viste el reloj, dudaste. No te puedes fiar del tiempo todavía. No
te preocupes, en estos momentos, casi nadie puede. Aprovéchalo. No pienses en “el
día del cambio de hora”, sino en el día de “Es que con esto del cambio de
hora…”. Llegar tarde, llegar temprano, olvidarte una fecha, incluso perderte en
medio de El Corte Inglés. Algunos criticarán esta medida, pero jamás el Estado
había dado a sus ciudadanos una excusa tan infalible como “Se me olvidó cambiar
la hora”.
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